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Reflexión: Ausencia divina

Oscar Jimenez

Feb 22nd

Nota del autor: Esta reflexión está conectada al tema del sufrimiento y toca en líneas el contenido del libro Aún confío en ti, pero no surge directamente del libro.

Cuando leo o veo las noticias no puedo evitar sentirme atascado en este planeta, sin la presencia corpórea de Dios, viendo cómo nos matamos entre nosotros y le sacamos ventaja a todo y a todos. Frente a este panorama, la pregunta no se hace esperar: ¿cuál es el sentido de la vida?

Cuando este sentimiento me invade, me siento como uno de los discípulos en el bote con Jesús, en medio de una gran tormenta, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perecemos?» (Mar. 4:38). A veces la sensación que tengo—aunque no me atrevo a decirlo en voz alta—es que Dios está ahí, pero hace lo mejor que puede. ¡Está ahí, pero parece estar dormido, su presencia no sirve de mucho! Este tipo de pensamientos vienen a nuestra mente porque se siente la ausencia de la presencia de Dios o la ausencia del amor de Dios y eso, finalmente, es lo que hace que experimentemos el sinsentido de la vida.

Cuando Dios se siente distante: la experiencia de Job

La experiencia de la ausencia de Dios es real. Todos la atravesamos. Es la noche oscura del alma por la que todos pasamos en algún momento. La vemos de manera palpable en el libro de los Salmos, Lamentaciones y puntualmente en el libro de Job.

Debido a su sufrimiento, Job experimenta la ausencia divina y su deseo en varios momentos es que Dios le dé la cara. Hasta que Job llega a cuestionar la presencia, paz, poder y amor de Dios y, de hecho, desde la misma construcción literaria del libro, vemos que Dios aparece en los primeros dos capítulos y reaparece en los últimos dos capítulos, dejándonos ver como Job empieza a hundirse en la arena movediza del dolor. ¿Por qué Dios nos deja sentirnos abandonados? A la luz de todo el libro, vemos que experimentar nuevamente la presencia de Dios, después de haber pasado por un tiempo de duda y desesperanza, nos sorprendemos doblemente y nuestra fe es transformada.

A menudo pensamos que la forma de escapar del irremediable descenso causado por la tierra movediza del dolor es refinar nuestra comprensión doctrinal. Pero el libro de Job nos enseña que construir mejores argumentos teológicos no es una cura instantánea para nuestro sufrimiento. La rigurosidad académica por sí sola no puede destruir el trauma o el terror que sentimos. Así que Dios responde con su presencia, no con explicaciones, su cercanía deja a Job sin palabras, especialmente después de un largo tiempo de sentir su ausencia y una supuesta indiferencia. Dios aparece en escena y, su presencia, le regala a Job una comprensión renovada de Dios, que ahora incluye no solo sus oídos sino sus ojos.

Cuando Dios se siente distante: el camino a Emaús

En Lucas 24 tenemos una historia de ausencia y presencia divina. En la historia, dos seguidores de Jesús—Cleofás y un compañero—van camino a Emaús. Ambos huyen de Jerusalén después de la terrible experiencia del arresto y crucifixión del Señor, sus discípulos están desesperanzados y con dudas. Ellos pensaban que Jesús era «un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» y «era el que iba a redimir a Israel» (Luc. 24:19-21). Pero fue condenado a muerte, crucificado y después algunas mujeres andaban diciendo que estaba vivo.

En ese contexto, los dos discípulos se encuentran con un extraño que va en la misma dirección. El hombre parece ser un poco despistado, quien, ignorando los eventos recientes, obliga a los discípulos a verbalizar su frustración. En pocas palabras, los discípulos le apostaron todo al caballo equivocado. Jesús estaba muerto y con él la esperanza de que Israel fuese restaurada.

La perplejidad de los caminantes aumenta cuando el extraño ofrece una relectura de las Escrituras que lleva a que la crucifixión, la tumba vacía y las extrañas apariciones para que ¡en realidad se puedan entender como parte del plan divino! Al llegar a un pueblo cercano, los discípulos y el forastero comparten una comida, y perciben algo extrañamente familiar. Puede ser que uno le dijo al otro «no lo sé, pero la forma en que lee las Escrituras y parte el pan me recuerda a…» Y es ahí cuando los dos viajeros se dan cuenta de que Jesús ha estado con ellos todo el tiempo. ¡Jesús está vivo, no era un fraude! Y lo que parecía un fracaso condujo a una fe renovada.

Nunca hay abandono divino, más bien, lo que experimentamos es el ocultamiento de Dios (un velo momentáneo de la presencia de Dios). A veces, «el extraño» en el camino es el Señor resucitado. A veces las huellas en la arena no son nuestras, sino las del Señor cargándonos[1]. Jesús se sienta con nosotros en una habitación oscura y no lo sabemos hasta que se encienden las luces. Podemos sentirnos abandonados, pero la fidelidad de Dios nos recuerda que eso nunca ha ocurrido ni ocurrirá. Dios ha prometido, «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Heb.13:5).

En medio de su dolor, Job necesitó ser encontrado por Dios. Todos—especialmente quienes sufren—necesitamos ser encontrados por nuestro Creador y Redentor en la persona de Jesucristo. En Cristo, el Dios que estaba oculto se hizo carne. Por eso, desde la cruz, Dios no solo nos da una respuesta al sufrimiento, también nos bendice con su presencia. Sus heridas nos dan la licencia para hacer un inventario de las nuestras. Y, al mismo tiempo, nos capacita para no quedarnos allí. La sanidad de nuestras heridas se encuentra en meditar fijamente en las Suyas.

Cuando leemos las interminables noticias sobre guerras, crímenes y sufrimiento, podemos sentirnos atascados en este planeta, creyendo que Dios está ausente o no le importamos. Pero la gran evidencia de su amor es que irrumpió en nuestro mundo en la persona de Jesucristo. Y no queda allí, el Cristo resucitado irrumpe aún hoy en medio de nuestro sin sentido. Cristo a través de Su cuerpo (es decir, nosotros, Su Iglesia) toca las realidades de miseria y sufrimiento de nuestro mundo.

[1] Paráfrasis del autor, basada en el poema “Huellas en la arena” de Margaret Fishback Powers, publicado en español por Ediciones Obelisco S. L., 2000.